El Bucardo representa la perfecta paradoja de la relación que mantiene el hombre con la naturaleza, y en particular con los animales salvajes. Esta relación puede sintetizarse en cuatro fases perfectamente evidenciables en el Bucardo: explotación, extinción, reintroducción y resurrección.
El Bucardo, la cabra pirenáica por antonomasia, quedó extinguida un 6 de enero del año 2000, cuando fue encontrado muerto el último ejemplar, una hembra de 13 años llamada “Celia”, aunque los lugareños se referían a ella como “Laña”. Curiosamente no murió de un disparo, sino por una enorme rama que se desprendió de un árbol durante una tormenta. El Bucardo tendrá para siempre el triste honor de ser el primer animal extinto de forma oficial en el siglo XXI.
Primero explotamos su carne, su piel y su sangre durante el siglo XVIII y XIX. Pese a que durante todo el siglo XX vivió protegido, ya que su último reducto fue Ordesa, declarado Parque Nacional en 1918, la explotación intensiva del territorio y el furtivismo provoca que en 1990 solo queden 10 ejemplares. Las advertencias anteriores de los científicos sobre la grave disminución de la población no fue tenida en cuenta por los políticos, que solo a partir de 1996 deciden capturar a los ejemplares que quedan (3 hembras, 2 machos y 1 cría) para intentar reproducirlos en cautividad. ¿Cómo es posible que pese a tratarse de un Parque nacional, ese débil contrato de tolerancia que el ser humano occidental ha firmado con la naturaleza, el Bucardo sea cazado durante casi un siglo hasta su extinción sin que las administraciones hagan nada?
La realidad entonces, pese al gesto a la galería de políticos y administraciones, es que el Bucardo era una especie “zombie”, denominación utilizada por los expertos para referirse a aquellas especies que no son viables, y que como si se tratará de un enfermo terminal, solo queda acompañarlo hasta que expire. El Bucardo entonces vivía, sí, pero abocado a una extinción sin remedio. Semejante situación a la que contemplamos hoy con el lince ibérico: escasa población, dispersión, presión sobre su territorio y problemas derivados de la endogamia lo conducen a ese fin.
Es entonces, y solo entonces, cuando el Bucardo y su supervivencia adquieren una importancia inusitada para los políticos y para la sociedad, y comienza a cimentarse el símbolo en el que luego se convertirá tras su extinción.
Los intentos para criarlo en cautividad no funcionaron, y se decidió entonces liberar a todos ejemplares, dando a la especie por perdida.
En el año 2003 se inicia el proceso de resurrección, y un equipo de especialistas españoles y franceses, imitando las técnicas empleadas en la clonación de la oveja Dolly, resucitan al bucardo extinguido durante 10 minutos, tiempo que tarda en morir por problemas pulmonares, quedando el proyecto de clonación abierto a nuevos intentos.
Esta es la historia de una extinción anunciada, y del fracaso de unas sociedades incapaces de proteger ni tan siquiera a animales simbólicos de sus tierras, como el caso del Bucardo, la cabra pirenaica cuya silueta en los riscos sigue siendo el símbolo de Ordesa y de las tierras del Pirineo.
La paradoja del ser humano y de su relación con la naturaleza es la cantidad de esfuerzo, de dinero, de tiempo y de dedicación que llega a emplear en recuperar algo que ya tenía y que no cuido, que despreció y que el mismo extinguió.
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