La posición del señor Cantó no es mas que un lavado de cara o reinvención de las viejas teorías supremacistas que afirman que por decisión, suponemos que divina, la especie humana es la elegida para reinar en la tierra y más allá, y que por lo tanto tiene ungido el derecho de hacer lo que le plazca con el resto de seres inferiores...
Este tipo de razonamientos son los mismos que se aplican en las relaciones machistas, racistas, esclavistas, fascistas, etc. Y en general en todos los malditos “-ismos” que tratan de justificar la explotación que ejerce el fuerte sobre el débil: te exploto, te utilizo y te mato porque yo soy superior y tú eres inferior. La historia de la humanidad es un reguero de “-ismos” que provocaron marginación, abuso, explotación, humillación, tortura y muerte: feudalismo, absolutismo, esclavismo, negacionismo…, y por supuesto el fascismo o el nazismo. ¿Qué era el nazismo sino esta misma teoría supremacista aplicada a los judíos, gitanos o diferentes, precisamente porque se les consideraba inferiores? Se les explotaba, se les exterminaba y también se les mataba por inercia o diversión.
El planteamiento no debería centrarse en los animales, ya que ellos no solo no tienen moralidad, tampoco tienen posibilidad de elección y particularmente los toros de lidia no pueden disfrutar de libre albedrío. Lo de la libertad, a la que hizo referencia el señor Cantó, es un tema que cae por su propio peso: dice usted que no disfrutan de libre albedrío, ¡claro!, ¿disfrutaría usted de libertad si viviera encerrado toda su vida en una prisión? ¿su no disfrute de la libertad sería responsabilidad suya o de aquellos que le tienen encerrado? ¿qué el toro muera torturado es decisión del toro o del humano que lo mete allí? No tiene sentido justificar la tortura con la utilización del libre albedrío. No tienen libertad porque están sometidos, y si quiere usted conocer el libre albedrío en los animales solo tiene que fijarse en los animales salvajes, que desde luego toman decisiones para alejarse de los peligros que les pudiera costar la vida. Los toros en la plaza no pueden.
Otra de las contradicciones en las cae usted, señor Cantó, es que para tener ética hay que tener primero moral. La moral es muy sencilla, o eso está bien o eso está mal. Una vez que uno ha hecho su juicio moral puede plantearse construir su propio código de principios éticos, y posteriormente intentar estar a la altura de ellos. Por tanto, si los hombres somos los responsables del acto del toreo y de la tortura del animal, es lógico que las preguntas, los interrogantes y los cuestionamientos debieran recaer en nosotros, que creamos la tauromaquia, y no en el animal que es obligado a someterse: ¿por qué nos parece tan bien, tan festivo y tan divertida la muerte del toro en la plaza? A gente como usted le parece correcto por una sencilla razón: porque lo podemos hacer.
Y esa es, y no otra, la cuestión donde debería centrarse el debate: ¿por qué lo hacemos? ¿Qué importa el debate espurio sobre los derechos, los niveles de dolor, o el grado de consciencia? El animal no es el problema ni el debate, sino esa moralidad nuestra que usted reivindicó como algo especial que nos hace diferentes a ellos. No hay que pedirle al animal explicaciones de por qué muere, es absurdo, sino pedírselas al asesino. Esto no es el CSI Miami, y los cadáveres no hablan. Así que en vez de buscar usted una explicación en el animal, búsquela en usted mismo , y si no es capaz al menos reconozca que disfruta en una plaza de toros. No hay porqué tomar atajos.
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